Siento el peso de las esculturas de Kate MacDowell sobre mis palmas. Su levedad, una palpitaci&oacut
Siento el peso de las esculturas de Kate MacDowell sobre mis palmas. Su levedad, una palpitación suave a pesar de la quietud, de la aparente muerte. Su blancura me sobrecoge; tiendo mis dedos delgados, acaricio el pelaje del animal, el tacto helado del pulmón, el cráneo que asoma por una abertura limpia. Como diseccionadas, sus criaturas se exhiben ante mis ojos, deseo poseerlas, poseer su blancura, su quietud, el corazón salvaje que, a pesar de todo las habita. ¿Podéis oírlo? Un latido hermoso, rítmico, en el centro exacto de cada escultura. Su belleza expandida, magnificada: poemas de porcelana y delicadeza. Lo irreal transformado en posible, en tacto y luz, en vuelo detenido. Como un universo que, al contemplarlo en la imaginación, se transforma ante nuestros ojos en un hecho de una belleza abrumadora. -- source link
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