Sí. Las olas, al romperse, constituían una clara visión de la muerte. Así
Sí. Las olas, al romperse, constituían una clara visión de la muerte. Así se le antojaban a él. Bocas entreabiertas en el instante de la muerte. Jadeando en la agonía, vertían innumerables hilos de saliva. En el crepúsculo la púrpura terrestre se trocaba en una boca lívida. En la boca entreabierta del mar se hundía la muerte. Mostrando una y otra vez, al desnudo, la muerte, el mar era como una fuerza de policía. Rápidamente disponía de los cuerpos, ocultándolos a las miradas de la gente. El catalejo de Tôru captó algo que no debería estar allí. De repente sintió que un mundo distinto era extraído de aquellas mandíbulas entreabiertas. Como no era dado a ver fantasmas, parecía indudable que existía aquello. Pero ignoraba qué era. Tal vez se trataba de una trama formada por organismos microscópicos en el mar. Un mundo diferente aparecía a la luz que centelleaba en las oscuras profundidades y él sabía que era un lugar que conocía. Quizás tuviera algo que ver con recuerdos incalculablemente lejanos. Si existía una vida anterior, entonces se trataba de eso. ¿Y cuál sería su relación con el mundo que Tôru estaba constantemente buscando, un paso más allá del horizonte? Si era un juego de algas marinas en los vientres de las olas al romperse, entonces quizás el mundo entrevisto en aquel instante constituía una miniatura de las rosáceas y purpúreas grietas y cavidades viscosas de las hediondas profundidades. ¿Pero existían los resplandores y centelleos de un mar atravesado por los rayos? No era posible tal cosa en aquel tranquilo mar del crepúsculo. Nada había que exigiera que aquel mundo y este mundo fuesen contemporáneos. ¿Se hallaba en un tiempo diferente el mundo que había atisbado? ¿En un tiempo distinto del medido por su reloj?Yukio MishimaLa corrupción de un ángel (1971) Imagen: Ansel Adams -- source link
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