El tiempo vuelaFinales de abril. Viernes, 10.45 de la mañana. El aeropuerto está ya mu
El tiempo vuelaFinales de abril. Viernes, 10.45 de la mañana. El aeropuerto está ya muy animado. Largas colas ante los mostradores, ni un asiento libre y las cafeterías abarrotadas, evidencian el trajín al que se enfrenta el pequeño aeródromo de Loiu, a cinco kilómetros de Bilbao. Acaba de llegar. Se acerca a una de las pantallas informativas. Concentrada en la búsqueda de su vuelo, da un respingo, cuando de una cabeza, demasiado cercana a la suya, emerge una profunda voz de barítono.–Bueno, parece que de momento todo va bien. Susana mira de reojo al intruso, dedicándole lo que solo puede calificarse de mueca y vuelve a concentrarse en el panel. Está nerviosa, como siempre que tiene que viajar. Sabe que aún tiene por delante, en el mejor de los casos, una larga espera. Los minutos y las horas han ido pasando lentamente. Está cansada. Sólo sueña con subir al avión y llegar a casa. Se levanta para consultar una vez más la información del vuelo: DELAYED. –¡Mierda! No puede ser. Lo que faltaba –se le hace un nudo en la garganta. Pasado, sin embargo, el primer momento de desaliento, decide ver la parte positiva de la situación y se dice a sí misma que su avión saldrá en pocos minutos. Para aprovechar el tiempo decide ir en busca de un aseo. No parece haber ninguno cerca. Después de caminar unos minutos encuentra un solitario servicio para personas discapacitadas. Estupendo. Ha sido una suerte. Se lava las manos y al salir… la puerta no funciona. Trata de pensar, la boca se le ha quedado seca. Lo intenta de nuevo. Nada. Con los nervios a flor de piel grita: –Que alguien me ayude, me he quedado encerrada.Al cabo de unos segundos, milagrosamente se abre la puerta. –Te encuentras bien? El joven le parece extrañamente conocido. La voz. Claro, eso es. Es el mismo que se le acercó al llegar al aeropuerto. Le da las gracias efusivamente y, por primera vez repara en los ojos azul verdoso del hombre. Finalmente, tras una espera mas corta de lo que cabía esperar, Susana sube al avión. Asiento 11A. Se instala. –Por fin. ¡Caramba! Hola otra vez –ahí está de nuevo, con su voz de barítono y su mirada azul. Empiezan a hablar. Francesco es siciliano, ingeniero aeronáutico y se dedica a dar conferencias sobre la micromanufactura. Susana, mientras le escucha, le observa por primera vez y se pregunta como no se ha dado cuenta antes del atractivo joven. Siguen hablando de esto y de aquello durante todo el vuelo. –No puede ser –dice Susana una hora más tarde –ya hemos llegado. –El tiempo vuela –responde Francesco con una picara sonrisa. Si esto fuera una película sonaría ahora, de fondo, la cálida voz de Domenico Modugno cantando; “…poi d’improvviso venivo dal vento rapito, e incominciavo a volare nel cielo infinito…”Por Carmen Figueras -- source link
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